Hace tres semanas, cuarenta y dos refugiados
somalíes fueron atacados en la costa yemení cuando partían en busca de un
futuro mejor. La comunidad internacional emitió un par de quejidos y luego el
tema se perdió en el olvido. Otra vez.
Inaceptable. Esto es
lo que todas las organizaciones internacionales repiten hoy en día. Estos
comportamientos son intolerables. No solo atentan contra el Derecho
Internacional, sino que además violan todos los códigos éticos posibles.
Todo el mundo lo
sabe. Los políticos son conscientes de ello. La sociedad, también. No obstante,
como hemos crecido siendo testigos de tremendas violaciones de Derechos
Humanos- e incluso algunos las han experimentado en su propia piel- estos
hechos ya no sorprenden a nadie. La comunidad internacional se ha acostumbrado
a ello. “A veces pasan cosas malas” se ha convertido en el leitmotiv. Algunos eventos son simplemente
impredecibles; inevitables- o eso dicen. Porque… ¿lo son?
Bombardear un barco con
refugiados a bordo no encaja en la categoría de eventos “desafortunados, inevitables o daños colaterales”. Atacar a civiles
a plena vista es inexcusable. Incluso si nos quisiéramos centrar en un plano
estrictamente legal, es inaceptable. Estas personas habían sido reconocidas
como refugiadas oficialmente. De
hecho, viajaban con la documentación de ACNUR. Más razón para demostrar que no
hay excusa alguna.
En cualquier caso,
dio igual quiénes eran o a dónde se dirigían. No se les quería allí y se puso
una solución. Un remedio muy efectivo. Los perpetradores del ataque no solo
consiguieron deshacerse de ellos con éxito, sino que además se han ido de
rositas sin ningún tipo de represalia. Aunque no se sabe con exactitud la
identidad del atacante, muchos indicios apuntan a Arabia Saudí. Nadie quiere
indagar más… molestar al Rey del petróleo ya son palabras mayores.
No obstante, al
final, lo que de verdad importa es el hecho de alguien fuerte y poderoso atacó
a civiles indefensos. Esta historia no es nueva y parece que nunca va a pasar
de moda. Yemen, Siria, Sudán, Myanmar, Bolivia, Ucrania. No distingue etnia,
religión o continente: se aplica a todos por igual.
Hace tres semanas
fue el turno de los somalíes en Yemen, pero mañana quizá les toque a los sirios
en Grecia o a los marroquíes en España. Lo que está claro es que volverá a
pasar una y otra vez hasta que hagamos algo para cambiarlo.
Inaceptable. La
comunidad internacional se ha quejado, pero no lo suficientemente fuerte.
Cuarenta y dos es un número demasiado fácil de olvidar. De hecho, no ha pasado
ni un mes y ya nadie se acuerda de ellos. Los perpetradores del ataque son
libres para arrebatar el derecho más fundamental: el derecho a la vida. Y,
mientras tanto, la gente seguirá jugándose la vida para escapar del horror.
Porque este círculo
vicioso se repetirá de nuevo mientras la comunidad internacional presencia en
silencio cómo cada vez más gente se suma a esta lista: la de las muertes
invisibles.