19 años. 19 años fue la edad con la que Arthur Rimbaud dejó
de escribir poesía. 19 años fue el tiempo que necesitó para pasar a la Historia
como un poeta maldito. 19 años fueron suficientes para convertirse en un icono
que influiría en la literatura, el arte y la música de los siglos XIX y XX. 19
años.
Rimbaud marcó un antes y un después en la literatura
moderna. Casi sin quererlo. ¡Quién iba a pensar que una persona que deja de
escribir prácticamente en su adolescencia fuera a ser tan determinante! Y no
deja a nadie a indiferente. Ya sea por sus aventuras amorosas con Verlaine, que
ya en aquel entonces escandalizaron a la élite parisina; por su estrecha relación
con las drogas o por su obra, crítica con las instituciones, sobre todo con la
Iglesia.
Rimbaud no trata de ser políticamente correcto ni de agradar
al público. Tiene poemas duros, desagradables, que exponen su alma de poeta
maldito. Su esencia está presente en cada sílaba, en cada palabra, en cada
verso.
Para mostraros su fuerza, a continuación os dejo dos piezas
de su obra. La primera es mi poema favorito de Rimbaud, “Mi bohemia”, que personalmente creo que describe el movimiento
homónimo a la perfección. La segunda muestra su esencia atormentada. Coged
aire, porque son intensas.
Mi Bohemia
Me largaba, las manos en mis bolsillos rotos;
mi paletó también se volvía ideal;
bajo el cielo iba, Musa, y yo era tu vasallo;
¡cuántos maravillosos amores he soñado!
Mi único pantalón tenía un siete enorme.
-Soñador pulgarcito, desmigajaba rimas
en mi camino-. Era la Osa Mayor mi albergue,
y mis estrellas en el cielo hacían un fru-frú dulce;
y yo las escuchaba, sentado en las cunetas,
en esas noches de septiembre en que en la frente sentía las
gotas
de rocío como un vinillo reconstituyente;
o en que rimando en medio de las sombras fantásticas,
como cuerdas de liras, yo tiraba de los cordones
de mis malheridos zapatos, con un pie cerca del corazón.
Mañanas
¿No tuve en un tiempo una juventud amable, heroica,
fabulosa, como para escribir sobre hojas de oro, -demasiada suerte? ¿Por qué
crimen, por qué error, he merecido mi debilidad actual? Vosotros, que
pretendéis que las bestias lancen gemidos de pena, que los enfermos desesperen,
que los muertos sueñen mal, tratad de contarme mi caída y mi sueño. Yo no sé
explicarme más que el mendigo con sus continuos "Pater" y "Ave
María", ¡Ya no sé hablar!
Sin embargo, hoy, creo haber terminado el relato de mi
infierno. Era ciertamente el infierno; el antiguo, aquel cuyas puertas abrió el
hijo del hombre.
Desde el desierto mismo, en la misma noche, siempre mis ojos
cansados se despiertan a la estrella de plata, siempre, sin que se conmuevan
los Reyes de la vida, los tres magos, el corazón, el alma, el espíritu. ¿Cuándo
iremos, más allá de las playas y los montes, a saludar el nacimiento del nuevo
trabajo, la nueva sabiduría, la huida de los tiranos y de los demonios, el fin
de la superstición, a adorar -¡los primeros!- la Navidad sobre la tierra?
¡El canto de los cielos, la marcha de los pueblos! Esclavos,
no maldigamos la vida.
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